Por Verónica Gurisatti, sommelier.
Qué debe incluir una buena nota de cata
Una buena nota de cata incluye una descripción objetiva del estilo general del vino, de sus sabores y su calidad, independientemente de sus características concretas, que se analizan por separado. Equivale a describir la altura, el cuerpo y el color de la piel de una persona antes de intentar describir su personalidad.
Los buenos vinos son, en principio, equilibrados y ningún elemento de su composición debe ser deficiente o excesivo. Pero hay que recordar que los constituyentes de este equilibrio varían según el origen, la cepa y la añada, y que no existe un estilo “ideal”.
La vista: a través del color y el brillo se perciben la sanidad del vino y su edad. Los tintos jóvenes van del rojo violáceo al granate, azulado o rubí y con el tiempo se van poniendo teja. También hay que observar la profundidad, que puede ser baja, media o alta, y nos habla de la concentración del vino.
La nariz: primero, a copa quieta, observar la intensidad aromática (si es potente o si casi no se perciben aromas), después el carácter (frutado, especiado, tostado, vegetal, floral, mineral, etc.) y, luego de girarla, tratar de identificar los distintos aromas y su complejidad. Un vino tiene mayor o menor complejidad cuanto mayor o menor sea el tipo de aromas encontrados, pero también es muy importante la persistencia.
El cuerpo: es la estructura del vino y describe la sensación táctil que produce en el paladar, debida a su graduación alcohólica pero también a la consistencia del líquido y a la intensidad de sus sabores. Puede ser de cuerpo suave, ligero, medio, estructurado, aterciopelado, rústico o concentrado.
La boca: la primera sensación del vino en la boca es el ataque y puede ser amable, delicado o intenso, luego se analiza el sabor (frutado, especiado, maderizado, mineral, etc.), la densidad (el peso en el paladar), la textura, la acidez, los taninos, el alcohol y la estructura en general. Los taninos se perciben como sensaciones táctiles de aspereza o suavidad y se relacionan con la madurez de la uva (pueden ser suaves, marcados o dulces). Por último, el equilibrio y la persistencia.
El equilibrio: está relacionado con la armonía de los aromas y los sabores. Un vino equilibrado tiene el soporte tánico necesario para la conservación y mantiene la frescura de sus aromas primarios. Además, la calidad está siempre supeditada al equilibrio entre el alcohol, los taninos y la acidez. Se califica como bueno, muy bueno o excelente.
La conclusión: esta etapa combina una opinión subjetiva (me gustó o no me gustó) con una apreciación más objetiva de la calidad. La objetividad se adquiere con la experiencia y es muy importante tener confianza en el propio paladar. También es importante anotar si está listo para tomar, si necesita un período de guarda o si ya pasó el momento de su apogeo.